Día 20. Negro, bajito y cabezón.
Negro, bajito y cabezón dice Mecano que solo puedes ser peón de negras. Mentira. También puedes acabar de espantapájaros en una plantación de mala muerte a las afueras de Maine.
Allí es donde acabé yo después de que Tom, el hijo de los Mclaine, me hiciera en el colegio para su proyecto de ciencias. Su padre, poco dado a los halagos o reconocimientos a sus vástagos decidió que el lugar que merecía el esfuerzo de su hijo era un rincón del maizal donde asustar a los pájaros para que no se comieran los granos.
Me sentí tan desubicado al principio que las aves, que en un primer momento me miraron con extrañeza y evitaron acercarse, acabaron depositando sus heces sobre mí y burlándose mientras se comían el grano de los Mclaine.
Alguno de aquellos pajarracos hasta se apoyaba en mis hombros a descansar y es que lo que no tuvo en cuenta el progenitor de Tom es que un espantapájaros negro por la noche asusta más bien poco porque no lo ven.
Harto de burlas y mierdas de pájaro y ante la posibilidad de que los Mclaine decidieran deshacerse de mí por completo, decidí tomar cartas en el asunto. No en vano yo era el mejor proyecto de ciencias del inteligentísimo Tom, que dicho sea de paso a su padre no había salido.
La canción de Mecano también habla de que con arrojo y tesón y la estricta observación de las reglas se puede mejorar en tu trabajo. Yo le puse arrojo, tesón y me salté las reglas. En lugar de espantar a los pájaros, empecé a comérmelos.
No lo vieron venir. Me veían allí, siempre quieto, y cuando mis ojos se iluminaron de rojo y solté mi primera certera dentellada, los pillé por sorpresa.
El experimento de Tom había convertido a un ser inanimado en uno hambriento de sangre y su padre tampoco supo verlo venir…
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