Día 28 Estúpidos ignorantes
Según una antigua leyenda, solo había un modo de librarse de Cthulhu: Envenenándolo.
El problema residía en encontrar qué era lo que podía envenenar a una entidad cósmica, al mismísimo dios del caos. Habían sido siglos de intensa e infructuosa búsqueda.
Pero un último descubrimiento decía que Cthulhu vivía en los mares porque cualquier producto criado en tierra podía matarlo y por eso Kaleb y su expedición se disponían a liberar del mal de Cthulhu al mundo dándole de comer hierbas arrancadas de lo más profundo del bosque más alejado del mar. Hierbas que nunca hubieran estado cerca de sus aguas saladas.
A bordo de su poderosa y resistente embarcación surcaron los mares a la espera de que Cthulhu saliera a su encuentro. No habían sido pocos los barcos que se habían encontrado con él en aquellas aguas y que solo habían dejado rastros de madera sobre las aguas como testimonio del encuentro.
El hecho de que Cthulhu no se les apareciera en los primeros días lo interpretaron como una buena señal. La bestia de los infiernos debía conocer sus planes y, asustada, renegaba de enfrentarse a ellos, aun así la tripulación se mantenía alerta ante el más que posible y pronto avistamiento.
De nada les sirvió estar preparados para el encuentro, ya que cuando las aguas se abrieron y de ellas surgió la figura de Cthulhu tomaron consciencia del poder al que se enfrentaban y fueron varios los rudos marineros que se orinaron encima y no pocos los que se postraron de rodillas en cubierta rezando por la clemencia de la bestia y el perdón de sus almas.
Solo Kaleb, armado de la valentía y la inconsciencia, cargó un fardo de aquella hierba en su arpón y se enfrentó a Cthulhu.
Este devoró el fardo dy hierba, el arpón, incluso a Kaleb.
Después devoró al resto de tripulantes, al barco y cualquier rastro de su presencia en el mar.
«Estúpidos ignorantes», pensó. «Nada en este lugar puede destruirme ya que todo fue creado para proporcionarme alimento. Son mi despensa particular.»
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