Condenada a vivir como una lechuza desde que la Inquisición interrumpió el último de los Akelarres, Amalur llevaba siglos esperando el momento de su venganza.
Aquellos que, azuzados por la Iglesia, habían perseguido y dado cruel muerte a las mujeres como ella por el simple hecho de ser libres y más inteligentes que la mayoría, habían ido muriendo con el paso de los años, pero habían dejado sembrada la semilla de la ignorancia y la gente cada vez era más estúpida.
Amalur, desde la rama de un árbol los observaba cada noche y no podía evitar sentir que la sangre le bullía como lava ardiente al comprobar que eran los más estúpidos aquellos que se habían adaptado mejor al mundo, aquellos que sobrevivían, como medusas sin cerebro que conseguían, pese a ello, seguir conquistando los mares.
Solo tenían que reproducirse una y otra vez, sin control, para ir conquistando terreno y destruyéndolo todo a su alrededor.
Lo que, cuando ella era joven, eran pequeños pueblos ahora eran ciudades llenas de gente sin cerebro, lobotomizados por unas pantallas que llevaban en las manos y que les impedían levantar la cabeza. Cientos de miles, millones de seres ignorantes como aquellos que les condenaban a la hoguera. Antes guiados por unos hombres que decían hablar en nombre de Dios, ahora por una tecnología que hablaba en nombre de empresas multinacionales. Y, como ocurría entonces, cuanto más ignorantes, más fáciles de controlar.
Pero llegaba el día de la venganza. Cuando la Inquisición intentó atraparla les demostró que, por una vez, no estaban equivocados, que estaban ante una verdadera bruja que confirmaría sus peores temores. Para escapar tuvo que hechizarse a sí misma y esperar.
Habían sido años de sufrimiento, siglos de tediosa espera, pero había llegado el momento de volver y de condenarlos a todos al mismo final que ellos condenaron a las brujas.
Solo había necesitado paciencia y dejar que su estupidez obrara gran parte del conjuro. Ahora ella solo tenía que completar la receta.
«sol splendeat donec omnia et quisque ardet».
Y el sol, abrasador, los fue quemando a todos gradualmente hasta que la vida se hizo insostenible y todos ardieron en una inmensa hoguera víctimas de su propia estupidez.
Foto de pixabay libre de derechos. Derechos del relato registrados @2022 Ager Aguirre
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