Día 5. No juegues a la Ouija.
Que no se debía de jugar con la ouija era algo que Marga tenía claro, se lo había dicho su abuela un centenar de veces. Y en temas de espíritus lo mejor era hacer caso a su abuela, no en vano los del pueblo la llamaban la bruja Sonsoles. Por eso esa mañana se había despertado angustiada y necesitaba hablar con su abuela de inmediato. Había tenido una pesadilla y en ella había invocado a un espíritu jugando a la ouija con sus amigas, un espíritu maligno que la había estado persiguiendo toda la noche y que le había hecho despertar empapada en sudor y con el corazón acelerado. Incluso había gritado. Por suerte sus padres esa mañana no estaban en casa y no habían entrado en su habitación asustados. Marga se montó en su bicicleta y pedaleó hasta la casa de su abuela. Tenía que preguntarle si jugar a la ouija, aunque fuera en sueños y de forma involuntaria, podía ser peligroso, pues estaba asustada de que aquel espíritu se le apareciera también despierta. Llamó a la puerta, pero su abuela no salió a abrir. No le extrañó. Hacía años que su abuela estaba un poco sorda así que cogió la llave que tenía oculta tras la maceta de la puerta y entró. —¡Abuela! ¿Estás en casa? —gritó. La anciana mujer bajó por las escaleras agarrada a la barandilla. —¿Qué ocurre, cariño? Pareces asustada. —Si invocas a un espíritu en sueños, ¿se te puede aparecer en la realidad? —Me temo que sí, pequeña, me temo que sí —respondió la abuela—. Pero esta vez no debes preocuparte, has tenido suerte —añadió al ver la angustia en el rostro de su nieta. A Marga le sonó el móvil. Era su madre. Se disculpó con su abuela y cogió la llamada. —Marga, ¿dónde estás? He venido a buscarte a casa y no te encuentro. —¿Ha ocurrido algo? —preguntó Marga al notar el tono de preocupación y tristeza en su madre. —La abuela… Ha fallecido esta noche, en el hospital. Marga reaccionó alzando la cabeza. Su abuela seguía sonriéndole desde las escaleras, pero la luz que entraba por la ventana lucía a través de ella. —Esta vez me has invocado a mí, pero no tendrás tanta suerte la próxima vez, cariño. No vuelvas a jugar a la ouija. Ni en sueños.
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