Día 8. El precio de la magia.
Desde tiempos inmemoriales todo el mundo sabe que toda magia tiene un coste. Es una regla que no hay que olvidar y que hay que tener muy presente a la hora de pedir un deseo, pues puede que uno esté seguro de estar dispuesto a pagar el precio y darse cuenta, demasiado tarde, de lo elevado de este. Eso le pasó a Morgan cuando encontró una varita mágica en el bosque. En realidad ni siquiera sabía que era una varita mágica. Al ver una rama en el suelo soñó con que fuera una varita y jugó a pedir deseos. —Varita mágica, no quiero mojarme al volver, que deje de llover —exclamó, entre risas, moviendo el trozo de madera en el aire como había visto a los magos hacer en las películas. Que unos segundos más tarde la lluvia cesara y se abrieran claros en el cielo, le hizo llevarse la varita a casa por si acaso. Por el camino siguió haciendo comprobaciones y al pasar por delante de una zapatería dijo: —Varita maravillosa, tras despejar la bruma, quiero esas Puma. Estuvo a punto de deshacerse de la varita al ver que nada ocurría, pero cuando llegó a casa y su madre salió a recibirle con unas zapatillas idénticas a las que había visto en el escaparate, se fue corriendo a su cuarto para seguir usando la varita y su magia y conseguir todo lo que deseaba. Una a una fue haciendo peticiones materiales a la varita y hasta pidió que la chica que tanto le gustaba de clase le enviara un mensaje por Whatsapp para quedar con él para ir al cine. Casi se le sale el corazón por la boca cuando el teléfono sonó en ese mismo instante y vio su nombre en la pantalla. ¡Ni siquiera recordaba haberse atrevido a darle nunca su número! Pero Morgan se olvidó que toda magia tiene un precio y que esto se cumple se conozca o no la regla y Morgan no tardó en tener que pagarlo. Las zapatillas que había pedido le hacían daño en los pies porque se había olvidado pedirlas de su número; la lluvia que no había caído sobre él al regreso a casa lo empapó entero camino de su cita con la chica que le gustaba y llegó hecho un desastre y apesadumbrado. Pero el peor pago de todos fue que la chica que le gustaba resultó ser un demonio que le partió el corazón, y no hablo de forma metafórica. La chica era un Demonio del mismísimo Averno que esa noche le atravesó el corazón con la varita y lo devoró entre los árboles antes de volver a dejar la varita en el suelo a la espera de que algún otro pobre incauto desconociera el precio de usar la magia.
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