Hace un año, cuando la Covid nos dio una ligera tregua, a mi hermana se le ocurrió que era una buena ocasión para salir unos días de la rutina casera. Aunque fuera poco tiempo, aunque no fuera muy lejos. Así que reservó una habitación de hotel y allá que nos fuimos ella, mi madre y yo.
Solo eran dos días, en Gijón, lo que se dice a la vuelta de la esquina, en un hotel asomado a un mar que conocemos a la perfección porque lo tenemos cerca de casa, pero nos vino de perlas.
A mí me encanta el mar (aunque lo visito menos de lo que me gustaría), los acantilados, los amaneceres (lástima que sean tan temprano y me guste más dormir), así que el primer día me levanté, miré por la ventana del hotel que se ve en la fotografía y vi el sol atravesando las habituales nubes que decoran el cielo del norte; vi el mar aún revuelto de la tormenta del día anterior; vi la playa...
A una persona "al uso" lo primero que se le vendría a la cabeza en ese momento sería la belleza del paisaje, quizás una escena bucólica junto a ese amor soñado paseando de la mano por la arena, la posibilidad de invitar a esa chica que te gusta a ese lugar... a mí el primer pensamiento que me vino fue: "¿Y sí alguien se despertara como yo una mañana, mirara por esta ventana y descubriera un cadáver azotado por las olas sobre la arena?"
Me agarré con fuerza a ese hilo y a la vuelta a casa empecé a buscar información sobre el lugar en el que se asienta el hotel.
Y con esa escena en mi cabeza y con esa información encontrada empecé a escribir LA COLINA DEL CUERVO. (Nombre que recibe el lugar de la foto).
Cada vez queda menos para que lo podáis leer vosotros.
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